
Ha sido lo mejor, porque para mí los fines de semana son agotadores (para el que no lo sepa algún día contaré el porqué). Así que ayer por la tarde, entramos en esa tetería, que tenía un ambiente muy animado. La música sonaba fuerte y rítmica e invitaba al baile, baile que mi hermana y yo apenas podíamos aguantar sentaditas en los sillones bajos. Las paredes eran toda una colección de cuadros con motivos marroquís y del desierto, muchos de ellos de dudosa cualidad estética, per al fin y al cabo muy graciosos. Sobre una alfombra, y después de las aclaraciones pertinentes sobre la menta y la yerbabuena, nos sirvieron un té dulce, suave y delicioso, que compartimos los cuatro y que disfrutamos en buena compañía. Recordando el sabor del té de Senegal que compartimos con nuestros recién hechos amigos y que, tanto mi hermana como yo, deseamos con impaciencia volver a visitar.
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