
Este fin de semana el calor apretaba de lo lindo en la capital de España. 40 grados y el aire sin atreverse a soplar más que a través de la rendija del aire acondicionado.
El domingo nos animamos a dar un paseo, sin mucho rumbo, callejeando, poniéndonos tiritas en los pies doloridos por el roce de los zapatos, buscando una terraza a la sombra para tomar algo...
Y de pronto nos fijamos en un edificio bonito y austero, con un gran portón de madera negro. Cuando alcanzamos la altura del portón, del mismo salieron dos personas con paso rápido dirigiéndose al coche que estaba en la otra acera.
Nos quedamos parados por su velocidad, por su vistosa vestimenta de cardenal de la Iglesia Católica y por quienes eran. Al segundo no le reconocimos, pero yo me quede boquiabierta cuando reconocí el rostro de monseñor Rouco Varela, el mismísimo presidente de la Conferencia Episcopal Española.
Él me vio. Vio mi cara de asombro, de fascinación (porque efectivamente tiene un rostro juvenil y pecoso como ya había percibido en alguna foto), y mi parálisis que no avanzaba ni para alante ni para atrás.
Así que monseñor me dijo: "pasen, pasen", yo le respondí: "pasen ustedes por favor", el insistió y me espetó "¿son ustedes de Madrid?", yo le dije con una sonrisa en la cara que "no, estamos de visita" y él me dijo "muy bien, espero que lo pasen muy bien".
Cuando su coche pasó por nuestro lado, Rouco se volvió para girarse hacia nosotros y decirnos adiós.
La verdad es que fue bastante gracioso el encuentro: mi cara de pasmo, y la interpretación que monseñor hizo de la misma, que debió pensar: "esta joven cristiana ha quedado prendada al tener la suerte de ver al jefe de la Iglesia española".
Soy tonta, debí haberle pedido que se hiciera una foto conmigo, estoy segura que hubiera aceptado con gusto.
Al menos encontramos la terraza poco después... Habría sido la acción divina de monseñor? (que gusto le he cogido a escribir monseñor por favor...)